Época: Barroco14
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Pintura barroca española

(C) Trinidad de Antonio



Comentario

Durante los años centrales de la centuria se desarrolló en Madrid una pintura de transición, que evolucionó desde el realismo concreto a un estilo de incipiente decorativismo que abrió el camino al pleno barroco. Los maestros activos en este período asimilaron progresivamente la influencia de la escuela veneciana y de las obras de Rubens, que podían estudiar en las colecciones reales, lo que les impulsó a sustituir las sombras por la luminosidad y la riqueza cromática, prefiriendo a la descripción minuciosa del detalle la apariencia de realidad plasmada con una técnica cada vez más suelta y fluida. Esta renovación fue también posible gracias al cambio de actitud de la Iglesia, que, superados los rigores contrarreformistas favoreció una pintura más alegre y alegórica.El influjo de Velázquez en este período fue relativo, debido a las especiales condiciones de su actividad. Al no tener taller público y servir exclusivamente al rey, su obra y las cualidades de su pintura sólo llegaron de forma parcial al resto de los pintores de su tiempo, que únicamente recogieron algunos aspectos externos de su estilo, pero no su auténtico significado. A ello contribuyó también la falta de discípulos forzados directamente con él, labor que al parecer no interesó demasiado a Velázquez. No obstante algunos de sus escasos colaboradores recibieron la impronta de su extraordinario arte. Entre ellos destaca su yerno Juan Bautista del Mazo (h. 1615-1677), que por evidentes razones de vinculación familiar -se casó con su hija Francisca en 1633-, fue quien estuvo más cerca de él. Dedicado sobre todo a la realización de retratos, los concibe con técnica y entonación velazqueñas, aunque sus imágenes carecen de la profundización en lo humano que impera en los ejemplos del sevillano. Una de sus mejores obras es el retrato de su propia familia (La familia del pintor, h. 1664-1665, Viena, Kunsthistorisches Museum), en el que representa a su suegro, al fondo, trabajando en su taller. También pintó paisajes, escenas de caza y vistas de ciudades, en los que parte de modelos flamencos y de composiciones y efectos lumínicos de origen italiano (La calle de la reina, en Aranjuez, Cacería del Tabladillo en Aranjuez, Vista de la ciudad de Zaragoza, Madrid, Museo del Prado).Otro de los artistas más claramente incluidos por Velázquez es José Leonardo (h. 1601-1666), quien participó junto a él en la decoración del Palacio del Buen Retiro. En los cuadros que realizó para este conjunto, la Rendición de Juliers y la Toma de Brisach (1635, Madrid, Museo del Prado), muestra su interés por la luminosidad y por captar los efectos atmosféricos en los fondos, cualidades dependientes de la estética velazqueña. En la misma línea se encuentra Antonio de Pereda (1611-1678), quien pintó para el palacio madrileño el Socorro de Génova (1634, Madrid, Museo del Prado). Autor de composiciones equilibradas y coloristas, utiliza una técnica pastosa aunque posee una solidez formal heredada de Carducho (Profesión de Sor Ana Margarita ante San Agustín, 1650, Madrid, Convento de la Encarnación; Desposorios de la Virgen, París, iglesia de San Sulpicio). Sin embargo, sus obras más significativas son los bodegones moralizantes, o Vanitas, en los que alude de forma alegórica a lo pasajero de la vida y a la caducidad de los bienes terrenales (Alegoría de la vanidad, h. 1634, Viena, Kunsthistorisches Museum; El sueño del caballero, h. 1655-1660, Madrid, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).Junto a estos artistas que iniciaron la evolución hacia un nuevo lenguaje, otros se mantuvieron anclados en la estética del primer barroco. Ese es el caso de Fray Juan Rizi (1600-1681), quien, a pesar de desarrollar su actividad muy dentro del siglo, conservó las preocupaciones tenebristas y un intenso y expresivo realismo. Su condición de monje benedictino determinó su trabajo, en gran parte destinado a representar temas vinculados a su orden, componiendo austeras escenas religiosas en las que sólo la soltura técnica testimonia los cambios pictóricos producidos en su época (San Benito bendiciendo un pan, La Cena de San Benito, Madrid, Museo del Prado).